¿Por qué deberíamos creerles ahora?

Tras 18 años sin revisar los objetivos y medios de la política monetaria, el BCE -la única institución federal europea con un poder fáctico real- ha concluido esta evaluación incorporando cambios sorprendentes por mínimos, ante el incumplimiento durante los últimos ochos años de su único mandato, llevar la inflación al entorno del 2%. La razón para esta inacción: la muy política presidenta del banco central y la sombra alargada de Alemania.

El Banco Central Europeo acaba de publicar la revisión de su política monetaria tras 18 años sin evaluación y ha anunciado que en 2025 volverá a examinarla. Los cambios a los que ha conducido -fundamentalmente que la inflación pueda estar en algún momento ligeramente por encima del 2%, pero no más allá del dos en el medio plazo- se han calificado por algún medio de comunicación de hito histórico, aunque más bien se trata de una revisión a todas luces insuficiente y, sobre todo, que no ha respondido a la pregunta del millón que le hicieron a su presidenta, Christine Lagarde, en la rueda de prensa de presentación: “¿por qué deberíamos creerles ahora?” El BCE lleva ocho años incumpliendo su mandato de mantener la inflación de la Eurozona por debajo, pero cerca del 2%, a pesar de que es el único objetivo que le asignan los Tratados y dispone de un poder inagotable para lograrlo: la capacidad de crear todo el dinero que quiera y de distribuirlo como considere oportuno para llevar la inflación al entorno del 2%. La revisión no solo no menciona esta manifiesta incapacidad, sino que, además, el banco dice que permitirá alzas en los precios por encima del 2% cuando ni lo ha rozado desde hace años y la única medida anunciada para elevar los precios no es una novedad en la política monetaria sino un cambio estadístico (meter el servicio de la vivienda en propiedad en la cesta del IPC), a ver si así sube la inflación. La inflación actualmente se sitúa en la Eurozona en el 1,9%, pero el alza se explica por el bajón en los precios de la energía durante la pandemia, es un efecto escalón. La inflación subyacente sin productos energéticos, que muestra la componente más estructural en la evolución de los precios, está en el 0,8%. En España ocurre algo parecido, el índice general se sitúa en el 2,4% y sin energía en el 0,1%.

Bye, bye, …wherever it takes

La presidenta del banco central respondió a la pregunta del millón echando balones fuera, transfiriendo la responsabilidad a una capacidad supranacional de estabilización de la economía que es contingente en la Eurozona pues, a diferencia del mandato del BCE, no está recogida en los Tratados ni existen instrumentos permanentes para ponerla en marcha o graduarla. Más claro, que los fondos europeos del Next Generation EU pueden ser flor de una crisis y, dicho sea de paso, palidecen ante los estímulos puestos en marcha por los estadounidenses. Ahora -dijo Lagarde- sí se logrará el objetivo de inflación porque la política fiscal es también expansiva. Obviamente una política monetaria coordinada con programas de aumento del gasto público ayuda a impulsar la inflación, pero esto no significa que la política monetaria no pueda ser efectiva aisladamente. Esta es una de las pocas cosas en las que tuvo razón Milton Friedman -un famoso economista venado que pensaba que el mercado lo arreglaba todo, incluso la guerra de Vietnam, y cuya gran y nefasta aportación al pensamiento económico fue elevar el paro y la desigualdad para reducir la inflación-: la política monetaria es siempre eficaz si se tienen los arrestos para hacer wherever it takes.

El BCE cuenta con muchos más instrumentos para impulsar la inflación de los que se quieren activar, lo que puede terminar japonizando la Eurozona si es que no estamos ya en esa situación. El banco podría dirigir aún más el crédito de lo que lo ha hecho hasta ahora con sus operaciones de refinanciación a largo plazo, concediendo, por ejemplo, hipotecas a interés negativo a familias sin vivienda en propiedad que cumplan determinados requisitos (nivel de renta, hijos a cargo, etc.). Lo mismo podría hacerse con los créditos para consumo si se emplean en la compra de determinados bienes duraderos (como coches no contaminantes, ordenadores, etc.). También podrían conceder créditos en mejores condiciones a empresas que se embarquen en nuevos proyectos de transformación digital o transición verde, o a comunidades de propietarios que aíslen sus edificios y ganen en eficiencia energética o mejoren su accesibilidad. Incluso el banco central podría arrojar dinero gratis desde un helicóptero ingresándolo en las cuentas corrientes y de ahorro de todos los residentes de la Eurozona a cambio de un colateral perpetuo o renovable periódicamente, que no devengaría intereses. De hecho, esto ya lo hace el BCE cuando les recompra más cara a los bonistas la deuda pública que emiten los estados miembro. Con esta operación se consigue que los Estados financien prácticamente sin coste financiero sus programas de gasto y se espera que los bonistas muevan la nueva liquidez hacia inversiones más arriesgadas. Sin embargo, la expansión cuantitativa tiene importantes efectos colaterales negativos: aumenta la desigualdad en la distribución de la riqueza (los bonistas se hacen aún más ricos de lo que son como resultado de la defectuosa arquitectura de los Tratados que impiden comprar al BCE directamente en el mercado primario) y la liquidez extra se suele emplear en generar burbujas de precios en bienes y servicios básicos. Como se comprobó antes de la pandemia con el fuerte aumento del alquiler de viviendas en algunas ciudades españolas.

Los motivos ocultos de la expansión cuantitativa

Sin embargo, hay países donde no existe una relación ineficaz entre la autoridad monetaria y el Tesoro, y también allí se ha producido una expansión cuantitativa en el balance de sus bancos centrales. Las razones son varias y dan para una entrada independiente en el blog. De manera resumida, los bancos centrales no pueden permitir que el precio de los activos financieros caiga durante las crisis. Es paradójico comprobar cómo cuando llega una recesión, los bancos centrales abogan por el ajuste de salarios y precios en la economía real, al tiempo que compran activos financieros para evitar que su precio se hunda. Uno de los motivos más importantes que explica este comportamiento son los acuerdos de Basilea, que unidos a la garantía pública sobre los depósitos crean las condiciones para una gestión bancaria irresponsable, pues en última instancia será más barato para el contribuyente rescatar al banco que dejar que caiga. Estos acuerdos permiten que las entidades de depósito operen con muy poco capital, es decir muy endeudadas, y pueden también participar en la banca en la sombra que queda fuera de la regulación pública. Esto hace que su solvencia y el flujo de crédito que proporcionan a la economía esté muy condicionado por el valor de los activos financieros, cuya generación y transacción constituye el corazón de su negocio. Otro motivo también muy importante son los fondos de pensiones de capitalización, cuya ejecución cuando un partícipe se jubila depende del valor de los activos financieros en ese momento. Esta es otra razón más para preferir el sistema de reparto de las pensiones públicas españolas. La habilidad del sector financiero ha sido organizarse como un gran domino donde todas las piezas estás interrelacionadas y donde es fácil transferir el riesgo a otra y, en última instancia, al cliente o contribuyente.

Halcones uno, palomas cero

La revisión de la política monetaria la han ganado los halcones por mucho que algunos medios se empeñen en lo contrario. Han conseguido que parezca que se hace cuando en realidad se sigue sin hacer nada nuevo o lo poco nuevo que aparece no es de gran substancia. Y esto ha sucedido cuando un francés -en este caso una francesa- vuelve a ocupar la presidencia del BCE. Una francesa muy particular capaz de “lo que sea necesario” en el terreno político, recuérdese su condena por el caso Tapie y el “utilízame” que envió al también condenado Sarkozy cuando era su Ministra de Economía. Si la actual presidencia va a ser una reedición de la anterior presidencia francesa del BCE, el banco hará lo que le convenga o menos incordie a Alemania a cambio de que Francia pueda seguir financiando su deuda a un precio razonable. Francia y Alemania tienen echado el freno de mano al proyecto europeo desde 2005 cuando no se refrendó la Constitución Europea tras la ampliación a los países del Este. Trichet en el 2000 hizo una política monetaria expansiva no justificada por los fundamentales del conjunto de la Eurozona, pero necesaria para que funcionara la política de “austeridad expansiva” puesta en marcha en Alemania. A principios de siglo la economía alemana estaba en recesión y en lugar de la opción más lógica -realizar una política presupuestaria expansiva-, Gerald Schröeder, por entonces canciller del SPD, encargó al exdirector de recursos humanos de Volkswagen una serie de reformas que transfirieran renta de las clases medias trabajadoras a las empresas exportadoras con el fin de mejorar su competitividad internacional. Las conocidas como reformas Hartz crearon los minijobs y las pensiones sin suelo en Alemania. Hecha la política de austeridad con la devaluación de las condiciones de trabajo, faltaba la expansión de la demanda externa para llenar las velas de la economía alemana y sacarla de la recesión. Trichet se encargó de ello facilitando el acceso al crédito en la Eurozona sin restricciones.

En España esta expansión monetaria provocó una burbuja de precios en la vivienda y un aumento de la corrupción y del déficit comercial en favor de Alemania. Nunca antes se importaron tantos coches de alta cilindrada. Gracias a Trichet, la connivencia del poder político y económico patrio y la ceguera premeditada del Banco de España, la receta de la austeridad expansiva funcionó por primera y única vez en un país europeo, eso sí a costa de dejar a media Europa endeudada. Además, a estos países se les aplicó la receta alemana de la austeridad cuando llegó la recesión, pero sin apoyo esta vez de la política monetaria y a pesar de que, ahora sí, la situación del conjunto de la Eurozona la justificaba. Trichet incluso llegó a subir los tipos en plena recesión. El origen exógeno de la anterior crisis no se peleó por el gobierno de turno en España que se apuntó a lo de que “habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades” porque le venía bien para sus intereses partidistas y a pesar de que en el origen de la crisis estuvo el apoyo encubierto a la economía alemana desde la irresponsable política monetaria del BCE.

Una política tóxica para organizar Europa: el empobrecimiento del vecino y el atesoramiento codicioso

Tras su recuperación Alemania impuso en la Unión Europea un modelo de crecimiento orientado a la exportación, que dentro de un Mercado Único donde se producen entre el 60% y el 70% de los intercambios internacionales de los países socios, desencadenó una dura estrategia de empobrecimiento del vecino que se llevó por delante una parte de los derechos de la clase trabajadora. Para ganar en los mercados internacionales, los países iniciaron una carrera a la baja en la fiscalidad de los beneficios de las grandes empresas -el tipo efectivo de sociedades de la UE está apreciablemente por debajo del de EE.UU.- e introdujeron cambios en la regulación laboral para debilitar la capacidad de negociación individual y colectiva de los trabajadores cuya remuneración acentuó su pérdida de peso sobre el PIB. Asimismo, estas son las principales causas de la baja inflación en la Eurozona: un crecimiento no basado en la demanda interna y en la cooperación internacional, sino en la devaluación de los salarios y las condiciones de trabajo, y el menor crecimiento del gasto público debido a la baja fiscalidad sobre las grandes corporaciones. Como complemento, la política monetaria primero errónea e insuficiente y después tardía (no hubo expansión cuantitativa hasta 2014) y el sobreendeudamiento que provocó en bienes improductivos terminaron de desanclar las expectativas de inflación de los agentes económicos.

Alemania ha impuesto siempre una orientación en las políticas europeas y del BCE en función de los intereses de su economía, pensando poco en el conjunto, y cuando el proyecto europeo no ha servido a sus objetivos se lo ha saltado, como en las relaciones energéticas que mantiene con Rusia para disgusto de los países del Este de Europa miembros de la UE y antiguos satélites de Rusia. Alemania impuso, asimismo, una férrea política fiscal tras la crisis del Euro que lastró el desarrollo y la competitividad de los países que cometieron la torpeza de morder la manzana envenenada de la política monetaria expansiva que sirvió Trichet en una bandeja de plata. No corregir los desequilibrios fiscales implicaba incluso sanciones económicas. En cambio, Alemania consiguió que quedaran libres de sanción sus superávits comerciales excesivos que en gran parte consigue gracias al Mercado Único y que, al igual que el déficit y la deuda pública, están incluidos dentro del Protocolo de Desequilibrios Macroeconómicos. Trump y Biden, con formas y vías completamente distintas, han plantado cara a esta política de atesoramiento codicioso donde se saca del conjunto y no se aporta gastando, y que es tan antieconómica como el despilfarro. Solo la llegada del Draghi a la presidencia del BCE moderó la acomodación de las instituciones europeas a los intereses alemanes, pero con todo tipo de cortapisas. El Tribunal Constitucional alemán incluso llevó el primer programa de compras de deuda pública, que nunca vería la luz, ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Como resultado y como se ha apuntado, hasta 2014 no habría expansión cuantitativa en la Eurozona, mientras que la FED con Bernanke al frente la puso en marcha desde 2008.

Y a pesar de todo lo anterior, seguimos necesitando y hay que trabajar por más Europa. La UE es la gran obra de la Humanidad en la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Nunca tantos se han puesto de acuerdo en tantas cosas sin el uso de la fuerza de un ejercito, sino por la fuerza del Derecho, la democracia y la cooperación. Para saltar a la siguiente etapa de construcción del proyecto europeo precisamente lo que se necesita es más democracia. El gran triunfo ordoliberal ha sido desactivar la democracia en las instituciones de cooperación internacional y descarrilar el proyecto de los partidos socialdemócratas en favor de una economía mixta, donde los bienes y servicios básicos queden dentro del ámbito de lo común. Si Thatcher dijo que su mejor obra había sido Tony Blair; Hayek podría haber dicho algo parecido de Schröeder si hubiera vivido un poco más para ver los resultados. Un paso en la buena dirección sería que el Parlamento Europeo nombrase a los dirigentes de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

 

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