Las empresas ya no quieren tener trabajadores y no es por la nueva economía de plataforma o la digitalización.
El control del trabajo por las máquinas, que ya padecen algunos trabajadores, no es un punto de inflexión hacia un futuro distópico sino una parada más en un proceso que viene de largo y que el cambio tecnológico, propiciado por la digitalización, la robotización y la I.A., acelera y exacerba. Este proceso lo pone en marcha el pensamiento neoliberal a mediados de los setenta para eliminar cualquier restricción a la maximización del beneficio empresarial. Con este fin se propone, en el ámbito laboral, disolver las relaciones laborales para transformar el trabajo humano en una mercancía, en un input más del proceso de producción. La deshumanización del trabajo, sin embargo, no es algo nuevo sino tan antiguo como la historia y no requiere del concurso de la tecnología, aunque ésta puede propiciarla.
Para acabar con las relaciones laborales las empresas se han propuesto deshacerse de los trabajadores asalariados y para ello promueven la cosmovisión de que todos debemos convertirnos en empresarios de nosotros mismos, lo que parece una idea seductora si se olvidan sus costes y riesgos, las mayores desigualdades de partida que implica y la evidente pérdida de fuerza negociadora. En su ideal, las empresas ya no tienen asalariados sino proveedores, pagan facturas en lugar de nóminas y cada cual tiene que construirse su propia protección social, centro de trabajo y salud laboral.
La regulación y la protección social se van acomodando poco a poco para atender estos intereses (prestación por cese de actividad, protección especial para el trabajo a tiempo parcial,…), bajo la amenaza de pérdida de competitividad, deslocalización empresarial y de un único futuro posible en el que crecen las exigencias de adaptación para los trabajadores a las nuevas tecnologías, al tiempo que aumenta el riesgo de que no participen de sus beneficios por su progresiva pérdida de poder de negociación resultado de la atomización o desaparición de la relaciones laborales.
En el único futuro posible de la nueva economía global del conocimiento lo antiguo es el empleo estable para toda la vida en una misma empresa, la separación entre el período de formación y la vida laboral, y las retribuciones fundamentalmente fijas. Y lo moderno: los trabajadores cualificados, polivalentes, con conocimientos no solo científicos y tecnológicos en constante actualización; que trabajan de manera autónoma por proyectos, objetivos y resultados, con una retribución fundamentalmente variable y mediante relaciones laborales no permanentes.
Un nuevo mundo donde lo estable, dependiente y fijo se disuelven y sobrevive lo adaptable, autónomo y variable. Un mundo laboral, como se ha dicho, con más exigencias para las personas trabajadoras y posiblemente menos garantías. El peligro está en que los verdaderos propietarios de los medios de producción (un rider con una bicicleta nunca será un empresario autónomo) logren sus objetivos y terminen trasladando a los trabajadores todo su riesgo y costes (de protección, salud laboral, formación,…), aumenten los abusos (jornadas interminables, a horas intempestivas y sin derecho a la desconexión) y estos participen menos del producto de su trabajo, resultado de la pérdida de poder de negociación.
La regulación y las empresas españolas han sido avanzadilla de este proceso mucho antes de que se vislumbrara la economía del conocimiento. La desvinculación empresarial de los trabajadores se ha buscado en España a través del fraude (falsos becarios o falsos autónomos), la desvinculación dependiente (TRADE, trabajador autónomo dependiente), la inestabilidad en las relaciones laborales (propiciando un uso hiperflexible de la contratación temporal) y la fragmentación del proceso de producción dentro de la empresa (contrato de obra o servicio) y fuera (subcontratación y subcontratación en cascada). La posible figura del «autónomo digital» promete abrir una nueva vía de agua en el progresivo hundimiento de los derechos y las relaciones laborales.
El uso masivo de la contratación temporal ha sido un paso muy importante en la deshumanización del trabajo: a un tercio de los trabajadores españoles (fundamentalmente, jóvenes, mujeres e inmigrantes) se les acaba su relación laboral sin que medie despido, sin justificación; la temporalidad solo es real en un 20% de los contratos, el resto es fragmentación de la actividad. Se trata de un proceso mecánico, con una física inapelable, pues los empresarios han conseguido eliminar el conflicto social de la finalización de los contratos temporales y nadie les discute esta decisión. No hay diferencia entre que esto lo haga una máquina o la regulación, la deshumanización del trabajo no requiere el concurso de un robot.
La regulación española del tiempo parcial, asimismo, ha deshumanizado este tipo de contratos que, desde luego, no están pensados para conciliar la vida laboral y personal sino para «escurrir» el trabajo de tiempos muertos. Así describía su diseño óptimo -el que finalmente resultó- un representante de la patronal durante la última modificación de su regulación: «con este contrato queremos a los trabajadores por su peso neto, como las latas de conservas que vienen escurridas». Esta concepción es una realidad en el caso de los reponedores de grandes superficies, que tienen contratos por hora para sacarles el máximo rendimiento físico y que son sustituidos como fusibles de una máquina cuando se queman.
Y se podría seguir, las reformas laborales de 2010 y 2012 se diseñan para disolver la negociación de convenios, es decir, las relaciones laborales colectivas, además de para provocar una profunda devaluación de los salarios y las condiciones de trabajo. La siguiente vuelta de tuerca en este ámbito podría ser la pérdida de eficacia general de los convenios colectivos, cuando el gobierno vuelva a ser propicio a los intereses empresariales.
La desregulación se consigue también a través de indiferenciar categorías que deberían ser claramente distintas: el trabajo a tiempo parcial en la regulación española puede ser casi tan largo con el trabajo a jornada completa, los TRADE casi son trabajadores asalariados, el contratado temporal que encadena sucesivos contratos durante toda su vida laboral es casi un indefinido, el teletrabajo camina hacia la no diferenciación entre vida laboral y personal. Sin diferencia se rompe el sentido de las cosas lo que abona el terreno para el abuso y la participación desequilibrada en el producto del trabajo.
La regulación puede ser una importante vía de deshumanización del trabajo y la introducción de robots o I.A. puede contribuir aún más a ello si no se diseñan para hacer más fácil el trabajo de las personas y no, al contrario, para aumentar su control o para que las personas tengan que adaptarse a su ritmo y exigencias, como el Chaplin de Tiempos Modernos.
Un sistema económico y una tecnología a la medida de las personas
La buena noticia es que el futuro no es único, aunque así lo pretenda la propaganda interesada, y que colectivamente podemos decidir cómo queremos que sea, aunque para esto es imprescindible que los principales líderes políticos se entiendan y lleguen a grandes pactos sobre el futuro.
Se necesita una tecnología y un sistema económico a la medida de las personas y no a la inversa. Las máquinas tienen que liberarnos del trabajo rutinario y/o manual, y esta mejora productiva debe repartirse, inicialmente, a través de un recorte de la jornada laboral, un aumento de las retribuciones salariales y un incremento del impuesto sobre las corporaciones. Y cuando se generalice la robotización y la gestión a través de la I.A. del aparato productivo habrá que introducir una renta básica universal que permita a todas las personas participar del progreso tecnológico.
No es cierto que solo quepa hacer un tipo de políticas porque sino se perderá competitividad, las empresas se deslocalizarán, la inversión huirá y aumentará aún más el desempleo. Sabemos que esto no es cierto porque durante más de 40 años hemos aplicado ese recetario y ni siquiera se ha alcanzado el pleno empleo precario, el sector industrial sigue en retroceso (Alcoa, Nissan,…) y la dependencia productiva es más alta que nunca antes.
Además, está el ejemplo de países del entorno con menos recursos y población que España (Holanda, Dinamarca, Suecia y Finlandia) y mucho más éxito internacional y nivel de vida. Su secreto ha sido una buena organización colectiva del país por encima de los intereses de las grandes corporaciones y una preocupación permanente de sus políticos sobre qué empresas necesitaban que nacieran y crecieran para resolver sus problemas y cuáles no querían y han arrancado como la mala hierba, porque no todos los negocios son buenos (como los de la burbuja inmobiliaria) ni tampoco cualquier empleo vale.
Para tener éxito en la economía de la información y el conocimiento y la revolución verde y digital es necesario recuperar el terreno perdido por la gestión colectiva en las infraestructuras de transporte y comunicaciones y en inputs básicos como la energía, el sistema financiero, educación y sanidad, con el fin de lograr transiciones más rápidas y justas, así como garantizar la igualdad de oportunidades.
Europa se encuentra en una importante encrucijada y con ella España. Se necesita un plan que identifique los retos de país (ver apartado 5.2) y los grandes ejes de la política económica, y a partir de aquí definir misiones específicas, a lo Mariana Mazzucato, que resuelvan esos retos.
Asimismo hay evitar la concentración del poder económico en manos de unos pocos, asegurando su rotación y su reparto equilibrado, mediante el reconocimiento de derechos de voto de los trabajadores en las grandes empresas e impuestos de sucesiones y donaciones elevados sobre los grandes patrimonios.
Por último, es necesario revertir el debilitamiento de las relaciones laborales y con este fin terminar con la laboralización de las becas y la figura del TRADE, aumentar los recursos y sanciones para luchar contra el fraude laboral, acabar con la elevada rotación laboral y el ajuste fundamentalmente vía despidos cuando llega una crisis, suprimiendo las modalidades de contratación temporal más nocivas y recomponiendo la negociación colectiva supra-empresarial.