Los CEOs de las grandes empresas norteamericanas rompen con el neoliberalismo para sacarle partido a las nuevas narrativas.
Business Roundtable (BRT) es uno de los grupos de presión más poderoso de Estados Unidos, formado por los consejeros delegados y altos ejecutivos de las grandes empresas norteamericanas (Amazon, Apple, General Motors, Dupont, Exxon, American Airlines, American Express, Accenture, Bank of America,… y así hasta cerca de 200 grandes compañías). BRT ha sido uno de los principales defensores de la desregulación y la maximización de beneficios sin límites con la excusa de defender con ello la «libertad de mercado». Su objetivo ha sido siempre la defensa de los intereses, no tanto de los accionistas o al menos no del pequeño accionista, como de los altos ejecutivos. La prueba es que en varias ocasiones ha combatido iniciativas que intentaban que éstos tuvieran un mayor control sobre su elección o gestión.
Su capacidad de presión ha sido siempre muy exitosa, en los setenta detuvieron iniciativas legislativa anti-cartel, para crear una agencia de protección de los consumidores y para proteger el derecho a sindicarse de los trabajadores. En los ochenta consiguieron que se ampliaran los recortes fiscales de Reagan en favor de las corporaciones, evitaron cambios para que los consejos de administración y sus directivos tuvieran una mayor supervisión del accionista y detuvieron la aprobación de nuevas reglas sobre fusiones y adquisiciones. En los noventa evitaron que el NAFTA incluyera restricciones laborales o medioambientales importantes, y que se penalizaran los salarios excesivos de los ejecutivos. En los 2000 aclamaron las ayudas aprobadas por Bush a la sanidad privada, y paralizaron una iniciativa para que los accionistas tuvieran atribuciones en la nominación de los administradores de las grandes compañías[1].
Su estrategia que ha sido posible gracias a la doctrina neoliberal dominante, ha conducido a una mayor concentración del poder en estas grandes compañías multinacionales y, en concreto, en sus ejecutivos, lo que ha producido aumentos de precios para sus clientes, el deterioro de los bienes y servicios que ofrecen, menores salarios para sus trabajadores y los de sus proveedores, y un aumento de los beneficios que se ha traducido, sobre todo, en unas remuneraciones y bonus obscenos para sus directivos. La estrategia empresarial de estas grandes compañías ha producido una sociedad estadounidense quebrada por la desigualdad, con una asistencia sanitaria prohibitiva incluso para la clase media y una elevada deuda acumulada por muchas familias para financiar la educación superior. Una gran paradoja es que gran parte de los beneficios multimillonarios obtenidos por estas empresas se basa en tecnologías desarrolladas por el sector público y financiadas por el contribuyente.
Los miembros del BRT tienen tres características: son codiciosos, quieren detentar el poder y son muy listos. Han visto lo que se puede avecinar, liderado por Bennie Sanders y Elizabeth Warren en la izquierda del partido demócrata, mientras Trump se dedica a tapar, con su histrionismo digital, la realidad de los problemas de los estadounidenses y el último saqueo de su gobierno y del partido republicano a la sociedad norteamericana.
Han sido los primeros en darse cuenta -a diferencia de muchos políticos, incluidos demócratas y socialdemócratas- que el neoliberalismo es una ideología zombi y que la destrucción del medioambiente y el clima, a la que tanto han contribuido sus compañías con la obsolescencia programada y la explotación salvaje de los recursos naturales en todo el planeta, conduce -una vez que ellos mismos se han cargado la posibilidad de un capitalismo organizado- a un mundo cada vez más caótico y donde la civilización podría sufrir un serio retroceso.
La capacidad del capitalismo para asimilar a sus enemigos
Como buenos capitalistas han empezado a hacer suyo el posible cambio y la nueva narrativa para dirigirla y rentabilizarla en función de sus intereses. Ejemplos en este sentido son «nuestras» eléctricas ante la transición energética, quedándose con la generación renovable sin tener que competir por ella; o cómo la economía colaborativa se ha ido pervirtiendo hasta transformarse en extractiva, pero conservando en su publicidad el término ‘colaborativo’, que es de lo que de debería ir esta nueva era, aunque, desafortunadamente, no creo que, por el momento, las cosas estén yendo por donde deberían: cooperación frente a la competencia salvaje; sociedad frente a individualismo extremo; beneficio responsable frente a maximización sin límites; asunción de riesgos por el empresario frente a su traslado a los trabajadores vía recorte de los derechos laborales; pago justo de impuestos corporativos frente a diseños fiscales estratégicos de elusión o evasión a paraísos fiscales; control del sector público y privado a través de agencias con recursos, competencias y miembros elegidos mediante mecanismo transparentes y no partidistas.
El BRT presenta ahora una cara más amable con su rechazo a la separación de familias inmigrantes por la Administración Trump o con la declaración de agosto de este año que no se compromete a nada concreto o extraordinario, sino a lo que debería ser el comportamiento responsable de una empresa: atender e incluso superar las expectativas de los clientes, pagar salarios justos y formación, tratar con justicia y ética a los proveedores, apoyar a las comunidades mediante la sostenibilidad y la protección del medio ambiente, y generar valor a largo plazo para el accionista con una gestión transparente. Al BRT el modelo de redistribución impulsado por Trump ‘de fuera hacia dentro del país’ a través de la guerra comercial le genera más pérdidas que beneficios, incluso con la bajada de impuestos a las empresas, y parece ahora más interesado en buscar un nuevo Obama en el partido demócrata -que evite candidatos como Sanders o Warren- y aceptar cierta redistribución ‘dentro de EE.UU’, tal vez, un nuevo aumento del salario mínimo o la consolidación y ampliación del medicare.
Capitalismo de despachos
Es difícil encontrar un equivalente del BRT en España, aquí los directivos de algunas grandes empresas eran puestos hasta no hace mucho por el gobierno de turno y en el caso de otras muchas sus ejecutivos son meros administradores de una estrategia que se diseña fuera de España. Otro de los efectos colaterales negativos de nuestra Transición democrática ha sido un gran empresariado acostumbrado a mejorar su cuenta de resultados o solucionar sus problemas en los despachos de los Ministerios. Tal vez el Círculo de Empresarios, o mejor, el extinto Consejo de Competitividad impulsado durante la recesión por el entonces CEO de Telefónica y que se reunía directamente con Zapatero y Rajoy, podrían aspirar a «mini-yos» del BRT. Con más enjundia en la UE existe el European Round Table of Industrialists, según parece con acreditada capacidad de presión sobre Bruselas.
Poco espacio ha quedado para muchos esforzados empresarios schumpeterianos que, a pesar de todo, salen adelante y alguna historia de crecimiento exitoso e independencia tenemos, contra todo pronóstico. Pero no hay que perder de vista que en España las PYMES tienen un tipo medio efectivo del 13,8% en el impuesto de sociedades, frente al 7% de las grandes empresas; que, a diferencia de las grandes, muchas tienen dificultades para acceder a financiación bancaria para nacer o crecer; y que, para terminar de completar el cerco, la reforma laboral de 2012 hizo prevalente el convenio de empresa sobre el de sector, ampliando la competencia desleal que las grandes empresas ejercen sobre las PYMES.
Con lo anterior no quiero decir que small is beauty, sino que el sistema está organizado para dificultar, en lugar de facilitar, el crecimiento de las PYMES y que éstas puedan competir en condiciones de igualdad con las grandes. De hecho, la explotación de las personas trabajadores en las PYMES es, por lo general, mayor que en las grandes debido a que no hay representación sindical o de los trabajadores en muchas de ellas.
En cualquier caso, las grandes empresas españolas han sido incapaces de generar un contexto de actividad capaz de crear empleo para todas las personas y menos aún empleo de calidad; y junto a las concepciones neoliberales de los gobiernos de turno -de las que han sido grandes promotores- han contribuido a generar una economía donde las familias no tienen los hijos que desean, los jóvenes no pueden independizarse, no hay una recompensa adecuada para los que se esfuerzan y estudian, la vivienda es un bien de lujo, la energía es cara, las crisis se resuelven con un nuevo recorte de los derechos laborales, los sistemas de protección social están amenazados y el modo de producción sin límite que han promovido ha contaminado el planeta y desequilibrado su clima.
El último gran fracaso de la doctrina neoliberal promocionada por el BRT fue la crisis de 2008, que tuvo su origen en la desregulación de los mercados financieros (en el caso español, la liberalización del uso del suelo) y la falta de supervisión pública (en España los gobiernos, de todos los niveles de la Administración, y el Banco de España miraron hacia otro lado mientras se hinchaba la burbuja de precios de la vivienda y, para mayor pasmo, vuelven a hacerlo nuevamente con los alquileres). A pesar de ello, y de la colección de descalabros acumulada, la respuesta de la UE a partir de 2010 fue más de esa doctrina. En lugar de una política cooperativa se impuso una mayor competencia entre países, austeridad, recorte del déficit público cuando la economía caía lo que aumentó el desempleo y retrasó la recuperación, devaluación salarial, recorte de derechos laborales, política monetaria insuficiente que se tradujo en sobre-remuneración para los acreedores, aumento de la desigualdad y fomento de las opciones políticas xenófobas.
España es el epítome de cómo los costes de la crisis se enjugan con más precariedad laboral, lo que acaba promoviendo un tejido productivo devaluado, con empresarios acostumbrados a que los problemas se los resuelvan desde la regulación y no con inversión productiva, innovación y arriesgando. Estas malas políticas económicas han acabado fomentando una sobre-especialización empresarial en segmentos de poco valor añadido donde el beneficio se obtiene de la ‘limadura de los derechos laborales’, elevada temporalidad y rotación, y mediante la elusión de la regulación laboral, cuando no el fraude y abuso (falsos autónomos o becarios, jornadas no retribuidas, remuneraciones por debajo del salario mínimo, contratos temporales en fraude de ley, etc.).
[1] .- Wikipedia
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